Desde que dejamos de vivir en el tiempo
circular para habitar el tiempo lineal, los seres humanos solemos crear
efemérides, no sé si para recordar ciertos eventos o para calcular cómo nos
vamos distanciando de ellos en esa línea cronológica imaginaria que rige
nuestras vidas.
Hace un año estrenábamos Perro muerto en El Portón de Sánchez, de
Buenos Aires.
Si bien el estreno "oficial"
había sido unos meses antes, en diciembre de 2018 con una función única en el
Espacio Callejón, todos los miembros de la compañía sentimos que esa
experiencia, si bien positiva, estuvo lejos de ser la materialización de lo que
queríamos mostrar, y nos pusimos como objetivo un segundo estreno, uno
no-oficial pero sí más real para nuestras aspiraciones y motivaciones
artísticas.
Aún así, ese estreno del 13 de abril de
2019 tampoco fue una cristalización a partir de la cual surgiera una serie de
funciones repetitivas. Al lógico y natural desarrollo que atraviesa cualquier
obra a lo largo de una temporada, se sumaron una serie de acontecimientos que
hicieron de Perro muerto un material
muy vivo y mutante.
La temporada en el Portón tuvo sus
vicisitudes, sus altibajos, sus dificultades. Pero también nos consolidó como
grupo, perfeccionó el material y nos motivó a seguir trabajando.
Siempre concebimos a Perro muerto como un proyecto nómade, nunca nos proyectamos atarlo
a una temporada y a una sala, pero no imaginábamos que se convertiría en el
material de exploración y variación que terminó siendo.
Luego del Portón vino una versión de gira,
reducida al minimalismo más extremo, lo que nos permitió, además de mostrarla
al público de DocumentA/Escénicas de Córdoba, descubrir y llevar al extremo
algunos de los elementos más esenciales de la obra y de la puesta. Como si
hubiéramos hecho un destilado del material.
Y la obra mutó nuevamente, esta vez para
pasar al espacio abierto del Jardín Botánico de Buenos Aires. Del minimalismo
casi oriental que todos observaban en este espectáculo, pasamos a ser como el
vestigio de una compañía trashumante de otros tiempos, que instaló su
tabladillo allí donde encontró un lugar y un público que escuchara su cuento.
Esa versión de espacios abiertos, montada en un espacio público, prácticamente
sin restricciones de ingreso ni de paso, sin límites precisos entre Jardín
Botánico y "lugar donde se presenta una obra", puso a prueba otros
elementos del material, otras capacidades de los actores, otras miradas del
equipo de dirección, y otra relación con el público.
Esa experiencia en el Jardín Botánico, en
diciembre de 2019, fue hasta el momento la última expresión de Perro muerto. Y digo "hasta el
momento", porque estoy seguro de que el material encontrará nuevas maneras
de reinventarse y circular, como lo ha hecho hasta ahora.
Varias situaciones hicieron que el trabajo
quedara en suspenso en estos meses, suspenso aumentado por el confinamiento
actual. Y es eso, el destino no ha hecho más que crer suspenso sobre lo
por-venir. Un tiempo para resonar desde nuestro silencio −y nuestro encierro− con lo que verdaderamente estamos
destinados a hacer. El oráculo del I Ching lo resume en una frase: "La
serena espera de lo supremo".
Sumergida en esa serena espera, y con agradecimiento
por lo ya hecho, la compañía Omnívoro Teatro vive hoy la expectativa humilde
por lo que vendrá.
Martín Tufró